MUY IMPORTANTE
En Romanos 10 Pablo argumenta convincentemente a favor de la
necesidad de predicar el Evangelio para que las personas se conviertan.
Los pecadores son salvos, dice él, por que invoquen el nombre del Señor
Jesús. Eso es muy claro. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no
creyeron? ¿Y cómo creerán en aquel de quien nada oyeron? ¿Y cómo oirán
acerca de ellos si no hay quien predique? Él concluyó su argumento diciendo: “Así, la fe viene por la predicación y la predicación, por la palabra de Cristo”.
En su argumento está implícito que nuestra proclamación del Evangelio
tiene que tener un contenido sólido. Es nuestra responsabilidad
presentar de forma completa la persona divina y humana de Jesús Cristo, y su obra de salvación, de modo que por medio de esta “predicación de Cristo”
Dios despierte la fe en el oyente. Tal predicación evangelística está
lejos de su trágica caricatura, tan común hoy día, a saber: un
llamamiento emocional y anti-intelectual por “decisiones”, cuando los oyentes tienen sólo una confusa noción sobre lo que deban decidirse
y por qué. Lo invito a considerar el lugar de la mente en la
evangelización, dándole dos razones del Nuevo Testamento para una
proclamación del evangelio, que haga uso de la mente.
La Primera es tomada del ejemplo de los apóstoles.
Pablo resumió su propio ministerio evangelístico con las simples
palabras “persuadimos a los hombres”. Pues bien, la persuasión es un
ejercicio intelectual. “Persuadir” es disponer argumentos de forma de
prevalecer sobre las personas, haciéndolas cambiar de idea con respecto a
alguna cosa. Y lo que Pablo declara es ilustrado por Lucas en las
páginas de Hechos. Él nos dice, por ejemplo, que por tres semanas en la
sinagoga en Tesalónica Pablo “diserto entre ellos, acerca de las
Escrituras, exponiendo y demostrando haber sido necesario que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos” y diciendo “este es Cristo Jesús, que yo os anuncio”. El resultado, Lucas añade, fue que “algunos de ellos fueron persuadidos”.
Pues bien, todos los verbos que Lucas emplea aquí, describiendo el
ministerio evangelístico de Pablo – disertar, exponer, demostrar,
anunciar y persuadir – son, hasta cierto punto, verbos “intelectuales”.
Indican que Pablo enseñaba un cuerpo de doctrina y disertaba en dirección
a una conclusión. Su objetivo era convencer para convertir. Y el hecho
de que después de una campaña, muchas veces decimos “gracias Dios
algunos se convirtieron”, es una señal de que huimos un poco del
vocabulario neotestamentario. Sería igualmente bíblico, si dijéramos
“gracias Dios algunos fueron persuadidos”. Por lo menos eso fue lo que
Lucas dijo después de la misión de Pablo en Tesalónica.
Las largas permanencias de Pablo en algunas ciudades, principalmente
en Éfeso, se explican por la naturaleza persuasiva de su predicación del
evangelio. En los tres primeros meses Pablo frecuentó la sinagoga,
donde “hablaba osadamente, disertando y persuadiendo, con respecto al
reino de Dios”. Después se apartó de la sinagoga “pasando a discutir
diariamente en la escuela de Tirano” local que posiblemente habría sido
un salón de conferencia secular, alquilado por él para ese fin. Algunos
manuscritos añaden que sus charlas iban de la hora quinta a la décima, o
sea, de las once de la mañana a las cuatro de la tarde. Y duró “esto”,
Lucas nos informa, “por espacio de dos años”. Admitiendo que Pablo
trabajara seis días por semana, las cinco horas diarias en que pasaba
predicando persuasivamente el evangelio totalizando cerca de 3.120
horas. No es de sorprenderse, aún, que, en consecuencia, Lucas dice:
“todos los habitantes de Asia oyeron la palabra del Señor”.
Extracto del libro “Creer También es Pensar”
Por John Stott
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